Podríamos tener miedo a la oscuridad; a ciertos animales, a
las alturas o incluso a los impuestos; pero pocas cosas hacen temblar más al
ser humano que el miedo escénico. Científicamente conocido como glosofobia (terror a hablar en público) ni las arañas de Spielberg pueden competir en
capacidad a la hora de paralizarnos de angustia, nublar nuestros pensamientos y
enfriar nuestras manos con un sudor gélido (ya sé, quizás estoy exagerando).
Lo que no es una exageración es la cantidad de personas que
sufrimos de esta “característica”: Según Cheryl Hamilton, Profesora en comunicación del Tarrant County
College, en su libro “Communicating for results”, el 95% de la población sufre de
ansiedad en mayor o menor grado cuando tiene que dirigirse a un grupo de
personas. Aún más
extraño es el hecho que muchas de estas personas pueden bailar o cantar ante
una audiencia, siempre y cuando no le dirijan
palabras directamente al público.
Práctica, práctica, práctica.
Éste es el
secreto a voces que todo el mundo sabe pero que a todos les da fastidio poner
en práctica, sobre todo porque les
recuerda que van a tener que exponer. ¡Qué tontería! La realidad es que
mientras más practiquemos (ante un espejo, con familiares, amigos o
filmándonos), mejor nos irá.
No crean que
los motivadores profesionales y los políticos, por más experiencia dando
discursos que tengan, no hacen esto también. Así que, si ellos lo hacen,
mucho más razón para que nosotros lo apliquemos.
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